Sentirme en casa


Traés todo tu equipo de café de alta tecnología porque sabés que valoramos un buen café. Aunque resulte incómodo, lo hacés con naturalidad. Cuando nos sentamos juntos, explicás cada paso con calma y entusiasmo. Escuchamos, olemos el café, nos turnamos con el molinillo manual y disfrutamos de la bebida finamente preparada.

Preparás comidas que sabés que amamos, haciendo todo desde la noche anterior, ya que la torta que hiciste especialmente para nosotros necesita su tiempo. Cuando vemos tu obra maestra, notamos el brillo en tus ojos. Lo lograste. Pero más dulce que el sabor excepcional de la torta es tu sonrisa cuando te decimos entusiasmados lo bien que te salió. Va especialmente bien con el café.

Te recostás en tu nueva silla cómoda. Mirás a tu alrededor y comenzás a hablar de tus viajes. Algunas palabras en francés y portugués aún te vienen a la mente. Ha pasado mucho tiempo, pero compartís esas memorias con nosotros con gusto. Tu rostro se ilumina cuando uso nuevas (y difíciles) palabras o recuerdo tus historias. Veo que estás orgulloso de mí, como si también fuera uno de tus hijos.

Sus historias me hacen reír. Los comentarios que hacen casi de pasada son exactamente mi estilo de humor. Es tan lindo ver cómo se tratan como hermanos, sin importar cuántos años haya entre ustedes. En su terraza, hablamos de todo tipo de cosas. Están genuinamente interesados en mí, en nosotros y en nuestras vidas fuera del país. Me hacen sentir parte de todo.

Sos el contrapunto a todo el ruido y la agitación que a veces se arma por acá. Escuchás atentamente, no te tomás las cosas de manera personal y lográs entender los pensamientos detrás de las palabras. Traés calma a esta dinámica, con tu comprensión y atención. Te necesitamos acá como un constructor de puentes. Y estás presente, incluso cuando a veces te resulta agotador.

Me siento a veces al lado tuyo y a veces al lado tuyo, siempre entre ustedes. Hablo con vos sobre la molienda de los granos de café (y observo cómo florecés como un experto), pregunto por la receta de la torta y por tu trayectoria no del todo fácil (y aprecio la confianza que me tenés), escucho tus relatos del pasado (y me trago alguna que otra lágrima con vos, porque nosotros dos somos los que siempre lloramos). Te abrazo cuando noto que estás abrumado (y cada vez que te miro, siento una profunda gratitud por habernos encontrado en este gran mundo).

Ya no me siento ajena acá. Soy parte de esta familia, de esta estructura. No soy una extraña, sino una parte importante y completa de ella, y he tenido la oportunidad de crecer en mi rol durante los últimos años. Este también es mi hogar. Me siento acá como en casa con ustedes, muy en casa.